Después de que la Reina Doña Sancha obtuviera de las Órdenes del Temple y del Hospital los terrenos donde debía ubicarse el nuevo centro monástico, empezaron las obras de construcción que se desarrollaron en dos fases.
En 1188 habían terminado las primeras obras, teniendo lugar una primera consagración del templo que más tarde se convertiría en coro. Además se construirían algunas dependencias para acoger a la nueva comunidad de religiosas. La segunda consagración culminaría con la actual estructura que incluía además del crucero, tres ábsides y el Panteón Real.
La iglesia es de planta de cruz latina y consta de un ábside central flanqueado por dos absidiolas. En el ábside central se podía contemplar un pantocrátor hasta 1989, cuyo destino se desconoce en la actualidad.
En el siglo XVIII el ábside de la izquierda fue derribado para la construcción de un antiestético panteón de estructura cuadrangular que a partir de entonces albergaría los restos de las religiosas del convento.
El altar mayor albergaba un retablo que fue destruido en el incendio de 1936. En uno de los muros del brazo del crucero septentrional se hallaban los sarcófagos de las “dueñas” Doña Francisca de Erill y de Castro y Doña Isabel de Aragón y Monferrato, elaborados en madera policromada y sostenidos por ménsulas.
Dichos sarcófagos se conservan actualmente en el Museo Diocesano de Lérida. A continuación se encuentra el Panteón Real donde recibieron sepultura Doña Sancha de Aragón, y sus hijos el Rey Pedro II, y las Infantas Doña Dulce y Doña Leonor. Los sarcófagos de piedra fueron decorados con pinturas murales que con el paso del tiempo han desaparecido. En la capilla del Panteón Real dedicada a San Pedro se encontraba el retablo de la Piedad, obra del siglo XVI-XVII, conservado parcialmente en el Museo Diocesano de Lérida. Adosado al brazo meridional del crucero se encontraba la capilla dedicada a la Trinidad, costeada por la Condesa de Barcellos, y la escalera de caracol por la que todavía hoy se accede a la torre de señales.
Debe destacarse la cúpula de sección cuadrada sobre el cimborrio, en la que se abren cuatro vanos que iluminan el crucero, y una torre compuesta de cuatro arcos de medio punto de cubierta piramidal sobre el Panteón Real.
El acceso al templo se realiza a través de una espectacular portada románica de tipo cisterciense, compuesta de trece arquivoltas a bocel recubierto, que descansan sobre columnas de capiteles exentos de ornamentación.
A su derecha se abre un arcosolio destinado a albergar el sarcófago de piedra, también misteriosamente desaparecido, con los restos del caballero Don Rodrigo de Lizana, muerto en la batalla de Muret (1213). En frente de la portada se encuentra la capilla dedicada a la Concepción, del siglo XVIII, donde aún se conserva la cúpula de fábrica barroca.
La nave principal cubierta con bóveda apuntada, descansa sobre arcos fajones sostenidos por columnas adosadas a pilares con plintos de sección cuadrada y capiteles lisos u ornamentados a base de temas vegetales o geométricos. Los soportes de la bóveda se traducen en el exterior en robustos contrafuertes.
La iluminación del templo se realiza a través de cuatro vanos en el muro sur y uno en cada ábside, ornamentados a base de columnas de capiteles vegetales e historiados y arquivoltas y baquetones con motivos vegetales y geométricos.
A los pies de la nave se localizaba el refectorio de 29 x 8,50 m. con diez arcadas apuntadas. Restaurado a mediados de los 90, actualmente es utilizado para las prácticas del culto por la Orden que habita el Monasterio. Seguidamente se ubicaban la cocina y los vestíbulos hoy desaparecidos. En torno a un gran patio central se articulaban el resto de las dependencias flanqueadas al norte por los Torreones de Urriés a la izquierda y de Azcón a la derecha. En el ala este del claustro, de menor longitud debido a la presencia de la Sala Capitular que contaba con un notable conjunto pictórico, nos encontramos con el dormitorio de “cruces enteras”, al norte, el dormitorio de “medias cruces” y las dependencias dedicadas a Doña Sancha y al oeste el noviciado y el locutorio. El claustro estaba compuesto por cuatro galerías cubiertas con bóveda de medio cañón de doce arcadas de medio punto sobre un banco corrido. En la actualidad solo se conserva el ala sur en su integridad, el resto sufrió derrumbe durante la guerra.
A lo largo de la historia, el Monasterio sufrirá múltiples modificaciones que transformarán el aspecto primigenio de Sijena. Durante el siglo XIV, bajo el priorado de Doña Blanca de Aragón y de Anjou, se construirá la entrada principal del Monasterio, un nuevo dormitorio, transformado más tarde en biblioteca, sobre la Sala Capitular, y el llamado Palacio Prioral orientado al suroeste, que se convertiría en una de las estancias más suntuosas del cenobio. Además cada “dueña” construirá sobre torreones, muros, claustro, refectorio e incluso sobre la iglesia sus propias viviendas, ocultando las construcciones románicas de la primera época.
Texto de Violeta Campdepadrós