Historia real monasterio de Sigena


I. FUNDACIÓN

A medida que avanzaba la reconquista los reyes aragoneses se vieron en la necesidad de repoblar y articular los vastos territorios que iban incorporando a sus dominios. La empresa de asentamiento poblacional fue encargada, desde los tiempos de Alfonso I el Batallador, a las diversas órdenes religioso-militares, principalmente a las del Temple y San Juan de Jerusalén, que llevaron a cabo esta tarea social y económica, principalmente a través de la fundación de centros monacales. Los monasterios ejercieron una gran labor de vertebración del territorio convirtiéndose en motores económicos y culturales allí donde fueron fundados, a la vez que ofrecían a la población apoyo espiritual. Alfonso II (1162-1196), primer monarca de la Corona de Aragón, continuó con la empresa iniciada por sus antecesores anexionando nuevos territorios a la Corona.
Durante su reinado se levantaron monasterios como los de Poblet, Veruela, Rueda, Piedra o Avingaña. En este contexto, y respondiendo a los criterios expuestos, se inicia alrededor de 1183 la construcción del Real Monasterio de Santa María de Sijena. Fue la Reina doña Sancha, esposa de Alfonso II, quién impulsó y costeó la construcción del que sería monasterio de Religiosas Hospitalarias, quedando así Sijena vinculado estrechamente al devenir de la monarquía aragonesa desde sus albores, hasta el punto de convertirse en Panteón Real y Archivo de la Corona de Aragón.
    
A la derecha, grabado del siglo XVII representando la leyenda de la fundación de Sijena.

II. UBICACIÓN DEL MONASTERIO

Situadas a orillas del río Alcanadre, en una zona inmensa y prácticamente despoblada entre el Cinca y los Monegros, se encontraban las poblaciones de Sixena y Urgellet, ambas feudatarias de la Orden Militar de San Juan de Jerusalén. Éste fue el lugar elegido para la ubicación del nuevo cenobio, en un cruce de caminos entre Huesca, Barbastro, Zaragoza y Lérida. Sin duda la elección respondía tanto a razones estratégicas como geográficas, aunque desde su fundación se vinculó a acontecimientos milagrosos relacionados con la traslación de la Virgen de una ermita cercana a la laguna situada en el lugar.

La construcción del Monasterio requirió la realización de importantes obras de drenaje, ya que incomprensiblemente el monumento se levantó en la misma laguna donde supuestamente se habían producido las apariciones de la virgen. A pesar de la notable obra de ingeniería realizada para desecar la zona, el Monasterio arrastrará siempre problemas de salubridad que las sucesivas Comunidades padecerán constantemente.

Vencidas las dificultades derivadas de la construcción, el cenobio estaba ya el 23 de abril de 1188 en condiciones de acoger a la nueva Comunidad. Las primeras en tomar hábito fueron doce religiosas procedentes de las casas más nobles de Aragón. Así mismo la infanta Doña Dulce, hija de Don Alfonso y Doña Sancha, era entregada a las hermanas para su cuidado y guarda siendo todavía una niña de corta edad. Paralela a la construcción del Monasterio fue la desaparición de los pueblos de Sixena y Urgellet, cuya población fue trasladada a un nuevo emplazamiento situado a 1 Km. del Monasterio: la nueva población será Villanueva de Sijena.

III. ORGANIZACIÓN DE LA VIDA CONVENTUAL

Sijena fue un monasterio “dúplice” desde sus inicios, habitado por “dueñas” (mujeres) y “freires” (hombres). Éstos se ocupaban del culto y de la asistencia religiosa de las hermanas, a la vez que hacían labores de representación extramuros. Pero contrariamente a lo que sucedía en otros monasterios de similares características, aquí la comunidad masculina, que poseía su propia jerarquía, estaba supeditada a la autoridad de la priora del convento femenino. Como monasterio perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén, Sijena dependía de la Castellanía de Amposta, pero las relaciones fueron siempre difíciles y muy pronto se manifestarán los deseos de emancipación, obteniendo del gran Maestre de la Orden de Malta diversos privilegios a raíz de las presiones de la Reina Sancha.

Las monjas de Sijena siguieron en un principio la Regla de San Agustín, propia del Hospital, pero la Reina, considerándola insuficiente, encargó a, Ricardo, obispo de Huesca, la redacción de una nueva que se ajustara mejor a la vida de la Comunidad. Durante un tiempo se compaginó la observancia de las dos reglas, pero finalmente se impuso la redactada en la sede oscense. Ésta determinaba exactamente cómo debía ser la vida en el Monasterio, tanto los días laborables como los festivos, horarios para los rezos, las comidas, y los trabajos que debían realizar las hermanas. Así mismo existía dentro del cenobio un sistema jerarquizado que dividía a las religiosas en varios estamentos. Según Durán Gudiol existían tres grupos a las que la regla exigía unas obligaciones distintas según cada caso: a) Sorores, Dominae, Claustrenses y Maiores; b) Iuniores, Puellae, Puellae Tenellae e Infantes; c) Obedentiales, Conversae y Servitrices.

Las primeras correspondían a las monjas adultas o “dueñas” que dedicaban su tiempo a la oración y a la preparación de los cantos litúrgicos, además de desempeñar funciones de relevancia dentro de la vida organizativa del convento.Eran las que procedían de la nobleza y la realeza. El segundo grupo comprendía a las que eran consagradas desde niñas, siendo custodiada cada una de ellas por una domme. En el tercer grupo se encontraban las que se dedicaban a los servicios de la casa y las que, provenientes de la nobleza, se alojaban en el monasterio sin profesar. La cruz que las monjas llevaban en el hábito distinguía a las “dueñas” de las que realizaban labores domésticas; mientras la primeras lucían una cruz entera, las segundas llevaban una media cruz.
 
La priora ejercía la dirección del convento reuniendo todos los poderes. En ausencia de la priora, la subpriora tomaba el mando de los asuntos internos del convento. En Sijena nunca se estableció la clausura, y era común que las prioras acompañadas de algunas “dueñas” salieran del Monasterio para visitar y atender los asuntos de los pueblos que se encontraban bajo su señorío. Las salidas por razones de salud fueron también frecuentes, ya que las religiosas padecían los efectos del terreno húmedo e insalubre y al enfermar eran enviadas a casas amigas o de familiares. En cuanto al claustro masculino, se desconoce prácticamente todo acerca de su funcionamiento puesto que hay una ausencia casi absoluta de documentación al respecto.
 
iV. SIJENA Y SU PATRIMONIO

La financiación del Monasterio se obtuvo a través de diversas fuentes. En sus orígenes, el Monasterio llegó a acumular un gran patrimonio gracias en gran medida a las donaciones, que al principio constituyeron prácticamente su única fuente ingresos.

Los reyes aragoneses contribuyeron notablemente a aumentar las posesiones del monasterio. Donaciones de doña Sancha fueron los núcleos de Sixena, Sena y Urgellet, mientras que Alfonso II incorporó Candasnos, Ontiñena, y sus posesiones en Alcubierre. Con Pedro II se incorporan al señorío de Sijena las villas de Ballobar y Lanaja, y finalmente bajo Jaime II el patrimonio territorial se ve engrosado con el castillo y villa de Peñalba además de Bujaraloz.

Otras donaciones procedían de particulares y de los donados que ingresaban en el Monasterio. La adquisición de bienes por compraventa era otro de los medios con los que el monasterio engrosaba su patrimonio. Debe destacarse que a finales del s. XIII las donaciones habían descendido de forma alarmante; esta etapa coincidirá con el inicio de la decadencia de Sijena y la primera crisis que sufrirá el Monasterio.

A las arcas de Sijena iban también a parar impuestos propios del señorío como el pontazgo, portazgo, horno, peaje, cena, alfarda o mercado.

Los préstamos a terceros constituyeron durante un tiempo una notable fuente de ingresos, pero las deudas contraídas por el monasterio fueron también aumentando paulatinamente hasta límites insostenibles llegando a superar la cuantía de los préstamos. Fue la explotación de los bienes rústicos lo que contribuyó a salvar a Sijena de la primera crisis. Las tierras colindantes se reservaron para la explotación directa de las “dueñas” y “freires”, mientras que el resto fueron entregadas a “treudo”. Estas entregas se realizaban a particulares, donados, o a colectividades, es decir a pueblos enteros.  Los “treudos” se entregaron a perpetuidad durante las primeras décadas, pero con el tiempo estos arrendamientos se acordarán en forma temporal. Las exenciones fiscales de  todo tipo concedidas por los reyes de las que gozó el cenobio resultaron un ahorro considerable para una economía cada vez más precaria.

 
V. SIJENA Y LA MONARQUIA ARAGONESA

Como ya se ha destacado el Real Monasterio de Santa María de Sijena fue erigido por expreso deseo de doña Sancha. La Reina puso todo su empeño en ello, e invirtió un patrimonio importante en costear los gastos para su edificación. Desde su fundación, el cenobio gozó de numerosos beneficios que sucesivamente le dispensarían los monarcas de la Corona de Aragón, quienes a su vez no dejaron de intervenir en el devenir del Monasterio. Por otra parte tanto la Castellanía de Amposta como el obispado de Lérida, jamás renunciaron a mantener al Cenobio bajo su control, sucediéndose las fricciones y enfrentamientos entre la priora y el Castellán de Amposta. Con el tiempo Sijena tendrá que afrontar también los deseos cada vez más fuertes de emancipación de los pueblos que se hallaban bajo su señorío y que anhelaban pasar a jurisdicción real por las ventajas que de ello derivaba.

El Monasterio acogió desde el primer momento a las mujeres de la nobleza aragonesa y de la familia real. La propia doña Sancha se retiró en Sijena, donde fue enterrada junto a sus hijas la infantas Dulce y Leonor. El Panteón Real lo completó el enterramiento de Pedro II el Católico, muerto en la batalla de Muret (1213). El Rey fue trasladado a Sijena donde se le dio sepultura y con él a siete de los caballeros caídos que le habían acompañado en la batalla. Éste fue el único monarca de la Corona de Aragón enterrado en el Monasterio.

Durante los cien primeros años de existencia, Sijena gozó de su mayor esplendor, pero los gastos que acarreaba la manutención del Claustro, los grandes dispendios en obras de arte, como las Pinturas de la Sala Capitular realizadas a finales del s. XIII, todo ello unido a otras coyunturas negativas generales del reino, degeneraron, en el cambio del s. XIII al XIV en una grave crisis, la cual se superaría, a duras penas, y sería el principio del declive para Sijena.

Durante el priorado de la infanta Doña Blanca de Aragón y Anjou, hija de Jaime II, se realizaron importantes obras artísticas, como la Sala Pintada o Palacio Prioral. Fue una época alejada de la impronta que doña Sancha quiso dar al Monasterio como lugar de retiro y oración, convirtiéndose Sijena en una prolongación de la Corte, con todo el boato que ello conllevaba. El Monasterio llegó a estar al borde del colapso económico y fue necesaria varias veces la intervención del Rey para superar la crisis.

La política del Reino no fue ajena a Sijena y tras el problema sucesorio derivado de la muerte sin descendencia del Rey Martín I el Humano en 1410, el Monasterio se posicionó al lado de uno de los pretendientes al trono, el conde Jaime de Urgel. Esta postura fue determinada por la presencia en el cenobio de Isabel de Aragón y Monferrato, hermana del conde, que había profesado como religiosa hacía unos años. Las intrigas no faltaron dentro de la comunidad durante el interregno desde la muerte del Rey al nombramiento del sucesor, provocadas por las “dueñas” hijas de las casas de Luna y Cornel. El conflicto de la sucesión se resolvió en el Compromiso de Caspe en 1412, con la elección de un miembro de la casa castellana de los Trastámara, Fernando I de Antequera como Rey de Aragón. No aceptando Jaime “el Desdichado” el resultado del compromiso caspolino, se levantó en armas contra el nuevo Rey. Derrotado y apresado el Conde, el nuevo monarca tomó represalias contra él y su familia, convirtiéndose el Monasterio en cárcel eventual, donde fueron confinadas la esposa de Don Jaime y sus hijas.


Ocho princesas de sangre real habitan en el Cenobio en 1413; Doña Margarita de Monferrato, madre del Conde Don Jaime, Doña Isabel de Aragón hija de Pedro IV “el Ceremonioso” casada con el Conde, las hijas de ambos Isabel, Catalina y Leonor, a la vez que las hermanas de Don Jaime, Leonor, Cecilia e Isabel de Aragón y Monferrato, ésta última, monja de Sijena . La última hija del conde, Doña Juana, nacerá en el Monasterio, puesto que su esposa estaba en cinta en el momento de ser confinada. Isabel de Aragón y Monferrato, se convertirá en la última mujer de la familia real que habite el Claustro y morirá en 1434 en el más absoluto ostracismo. La llegada de una dinastía foránea al trono de Aragón y ajena a la fundación de Sijena y a su historia tuvo serias consecuencias, pues los nuevos reyes mostrarán en el futuro escaso o ningún interés por el Monasterio.

En los siglos que van del XV al XIX el Monasterio de Sijena experimentará un claro declive paulatino que provocará casi su desaparición. A pesar de todo las casas de la nobleza de Aragón seguirán confiando a sus hijas al claustro y como muestran algunos documentos, hasta pasada la Guerra de Independencia, las aspirantes a “dueñas" deberán demostrar su “limpieza de sangre”, es decir, su procedencia de casa noble en varias generaciones y la ausencia de antepasados judíos

Durante la Guerra de Independencia, el Monasterio será saqueado, y en el periodo constituyente de las Cortes de Cádiz, quedarán abolidos los señoríos aunque no los latifundios. Sijena conservará su patrimonio, pero perderá los privilegios propios del señorío. Con la desamortización de 1834 las tierras del monasterio y todos sus bienes pasarán a la Hacienda del Estado y el monumento se sacará a publica subasta. Posteriormente la comunidad Hospitalaria recuperará el monasterio aduciendo un defecto de forma en la venta del mismo.

VI. EL OCASO DE SIJENA

Durante la Restauración Borbónica (1874-1931) el convento subsistirá gracias a las limosnas y donaciones de particulares. Estos ingresos permitieron reparar el claustro y el Salón Prioral, que ya entonces acusaban los avatares del tiempo. Son tiempos en que la vida del Monasterio transcurre sin sobresaltos destacables en los que Sijena se convierte de nuevo en un lugar de recogimiento y oraciones abriéndose por fin al pueblo llano y acogiendo verdaderas vocaciones.

En la España convulsa de principios de 1936, Sijena, quizás por lo que había representado antaño, no resultó inmune a los hechos revolucionarios que se estaban desarrollando. En un ambiente anticlerical donde, el Gobierno de la República a duras penas podía contener a las diferentes facciones que luchaban bajo su bandera, una columna anarquista que se dirigía al frente de Huesca irrumpió en Sijena provocando su incendio y destrucción.

Las tumbas de las religiosas y el Panteón Real fueron profanados y la mayoría de las obras de arte que albergaba destruidas o saqueadas. Desaparecía así un símbolo de la historia de Aragón. La Comunidad de religiosas abandonó el convento y durante varios años Sijena quedó desierta. A principios de los cincuenta y aprovechando las obras realizadas en la hospedería, se instala de nuevo la Comunidad Hospitalaria, cuyas relaciones con el pueblo fueron siempre cordiales. En 1988 una nueva comunidad religiosa se instala en el Monasterio; por segunda vez en su historia el Monasterio estará habitado por una comunidad ajena a la Orden de Malta.

Después de la guerra se emprendieron algunos trabajos de restauración, todos ellos claramente insuficientes para devolver al monasterio una ínfima parte de su antiguo esplendor. Más recientemente se ha continuado con esta labor pero, Sijena está lejos de presentar la imagen de lo que anteriormente fue motivo de fama y reconocimiento. Actualmente existe un Plan de Restauración auspiciado por el Gobierno de Aragón, que aspira a rehabilitar algunas de las estancias del cenobio y devolverle su antigua dignidad. 

Texto de Montserrat Foguet


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