“Es necesario comenzar por aquí, por perfilar
la situación y la actitud de Servet para con la
Iglesia, si queremos de verdad acercamos con comprensión
a sus escritos. Pues lo primero que sorprende, cuando
se adentra uno en su obra «La Restitución
del Cristianismo», es la sarta de denuestos con
que ataca a la Iglesia, para la que no ahorra ningún
tipo de adjetivo hostil. Sorprende y duele este aspecto
de su obra. Pero hoy quizá estemos en condiciones
óptimas para poder entenderlo mejor que nunca.
(...)
(...) Miguel Servet, laico, médico insigne, versado
en letras y artes, era también un creyente de verdad,
un cristiano comprometido que sentía la necesidad
de hacer algo por salvar la Iglesia de Cristo. El mismo
confesará en el prólogo a «La Restitución
del Cristianismo» que se sentía impulsado
por una fuerza superior a salir en defensa de la causa
de Cristo, que es la causa común de todos los cristianos.
En aquel entonces, en tiempos de Servet, la Iglesia arrastraba
todavía las consecuencias del Destierro de Avignon
y del Cisma de Occidente. La decadencia de las ciencias
eclesiásticas, erosionadas por el nominalismo,
venía a coincidir con la degradación de
los clérigos, el endurecimiento y la intransigencia
de las fuerzas inquisitoriales, la depravación
de las costumbres y el absentismo religioso. La piedad
cedía terreno a la superstición y las excentricidades
socavaban la devoción. Incluso el culto era objeto
de sórdidos negocios. Y para colmo de males el
boato, la magnificencia, el lujo y la suntuosidad desprestigiaban
a la curia pontificia ante los ojos de no pocos creyentes.
Uno de los que habían sido sorprendidos desfavorablemente
fue Erasmo. El otro fue Miguel Servet al constatar que
el Vicario de Cristo, que no tuvo donde reposar la cabeza,
era tratado como un señor feudal a quien se rinde
vasallaje y pleitesía.
En esta situación no es de extrañar que
de todas partes empezasen a brotar voces pidiendo reforma.
Muchas órdenes religiosas las venían haciendo
ya en sus propios monasterios, a veces con tales dificultades
que una misma familia religiosa se desdoblaba en dos (la
primitiva y la reformada). Lutero, Calvino, Zwinglio,
Ecolampadio, Melancton, etc., trataban cada cual a su
aire de llevar a cabo la ansiada reforma. El Concilio
de Trento vendría a dar la respuesta a esta necesidad
sentida, ya demasiado tarde, cuando pueblos enteros se
habían separado de la adhesión al Papa.
En este contexto Servet, más audaz que ninguno
no se conforma ni siquiera con una restauración.
Como los anabaptistas su actitud se radicaliza hasta expresar
el deseo de una verdadera revolución religiosa,
en el sentido de vuelta al pasado, a la Iglesia primitiva,
a la comunidad del evangelio. Más aún, Servet
exigirá la restitución del Cristianismo,
tal es el título de su obra máxima, ya que
considera que el Cristianismo ha sido robado por la Iglesia.
Coincidiendo con una opinión bastante extendida,
nuestro paisano piensa que la Iglesia se ha desviado del
camino de Jesús desde el siglo IV, a raíz
de los favores de Constantino y del poder temporal que
luego fue adquiriendo.
Sin duda alguna, esta animosidad contra la Iglesia usurpadora
del Cristianismo le indujo a prescindir del testimonio
de los escritores eclesiásticos posteriores a ese
siglo. Lo cierto es que Servet acudirá, aparte
de la Sagrada Escritura, al testimonio de los escritores
eclesiásticos de los primeros siglos: Padres Apostólicos
y Apologistas y Polemistas. En cambio no tendrá
en cuenta a los Santos Padres, sino para combatirlos,
y menos aún a los escolásticos, a los que
acusa de haber traicionado la lengua santa y haber incorporado
ideologías bárbaras y sofistas.”
(Extractos del libro de Luís Betes Palomo,
“Anotaciones al pensamiento teológico de
Miguel Servet, Instituto de Estudios Sijenenses "Miguel
Servet", 1975, pp. 9-11).